Al sur de la Ribagorza están las tierras de La Puebla de Castro. Esta población atesora un yacimiento romano, una ermita románica con un alfarje mudéjar y un magnífico retablo gótico. La suave orografía que rodea el casco urbano se quebranta por el Congosto de Olvena. El otro límite lo pone el valle del río Cinca. Sobre el embalse del Grado se alza el santuario de Torreciudad, un lugar de peregrinación ubicado en un enclave espectacular.
Desde la capital del Somontano, Barbastro, se remonta el río Cinca atravesándolo por el puente de las Pilas. Más tarde la carretera se interna en el Congosto de Olvena, donde las aguas del Ésera han creado un espectacular desfiladero de gran belleza. Un gran muro de hormigón marca su final, y una vez atravesado un pequeño túnel surge el embalse de Barasona, que toma el nombre de la localidad que fue anegada por sus aguas. En apenas unos kilómetros aparece indicado el desvío que lleva a La Puebla de Castro. Su origen fue el enclave de Castro donde se estableció un castillo defensivo. Fue señorío, baronía y finalmente marquesado a partir de 1625. Durante los siglos XV y XVI se origina una aldea dependiente del castillo, en una zona menos agreste, originando la actual población.
El punto de partida de la visita es la plaza de Santa Cruz. Atravesando el portal de Arriba se puede pasear por estrechas calles que conforman rincones pintorescos salpicados de interesantes viviendas. La calle mayor conduce a una plazoleta donde se alza la iglesia de Santa Bárbara. Al exterior llama la atención del visitante la galería de arcos de medio punto de ladrillo que corona el edificio, que se completa con la torre culminada con chapitel. En su interior la obra más sobresaliente es el retablo dedicado a San Román, el cual estaba emplazado en la ermita homónima, y que ahora ocupa el altar mayor de esta iglesia. Se compone de veintitrés tablas pintadas al temple y óleo que recorren la vida de San Román de Antioquía, un mártir que vivió en el siglo IV. La obra fue llevada a cabo a finales del siglo XV. Durante la guerra civil fue trasladado a Suiza y gracias a ello pudo conservarse. Tras su restauración luce en todo su esplendor. Para poder su ver tanto el interior de esta iglesia como el de la ermita de San Román es necesario solicitar visita guiada en el ayuntamiento de la localidad.
Desde la carretera que bordea la población, parte otra que se dirige directamente al congosto de Olvena. Cuatrocientos metros después parte una pista a mano izquierda la cual toma dirección a la antigua población de Castro. Tras seguir las indicaciones, y después de casi dos kilómetros de pista en regular estado, se alcanza el lugar donde hay que dejar el vehículo. A partir de este punto hay que continuar andando unos minutos más. El germen del asentamiento tiene orígenes musulmanes, y fue tomado por Sancho Ramírez sobre el año 1082. Fue elegido ya que es un lugar ideal para el control del desfiladero. Del castro, o castillo, apenas quedan las bases de muros y un desdibujado torreón en la parte alta.
A los pies del recinto defensivo se encuentra la ermita de San Román de Castro, levantada entre los siglos XI y XII. El edificio está compuesto de una nave que se cubre con bóveda de medio cañón. El ábside semicircular cuenta con cinco arcos ciegos, de cuatro arquivoltas cada uno. Sobre el acceso está el coro en alto. Este descansa sobre un alfarje, obra mudéjar llevada a cabo entre los siglos XIII y XIV, que constituye una auténtica joya artística en su estilo. Se compone de seis vigas, las cuales se apoyan sobre un arco rebajado, sobresaliendo a modo de voladizo. Su decoración está formada por monstruos y animales mitológicos, caras de mujer, flores y entrelazados, a los que se añaden los escudos de los Castro. Para finalizar la visita es imprescindible situarse al exterior y colocarse junto a la cabecera del templo. Primero hay que disfrutar del estilo lombardo, con las bandas verticales, entre las cuales se abren las ventanas de arco de medio punto doblado. Pero también contemplar la amplia panorámica que desde este punto se puede apreciar, con el congosto de Olvena y la gran lámina de agua del embalse de Barasona. De esta manera se comprende la importancia de este enclave militar.
Al yacimiento romano de Labitolosa se accede desde la carretera que rodea La Puebla de Castro. Una pista entre campos lo alcanza en menos de un kilómetro de recorrido. Esta antigua ciudad romana estuvo habitada entre los siglos I a.C. y III d.C. De los restos excavados destacan la curia y un edificio termal. En cuanto a la curia, consta de estancia rectangular en la cual se conservan pedestales cuyas inscripciones hacen referencia a habitantes ilustres de la población. Respecto al edificio termal, ha sido acondicionado y protegido con una estructura metálica que cubre los tres espacios en que se dividía: frigidarium o sala fría de grandes dimensiones, tepidarium o sala templada, y cella soliaris o habitación cálida. Se conservan buena parte de los muros que delimitan las estancias, así como los pavimentos y han quedado al descubierto los conductos de aire caliente por los cuales circulaba desde el horno para la calefacción de las estancias cálidas.
Para la tarde se propone la visita del santuario de Torreciudad. Desde La Puebla de Castro hay una carretera que conduce de manera directa al complejo religioso. Se abrió al culto en el año 1975 siendo iniciativa de José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. Una gran explanada principal bordeada por una galería de soportales le sirve de antesala. En ella se llevan a cabo los actos religiosos que congregan a miles de personas. Al fondo se levanta la basílica levantada en ladrillo caravista que se cubre con teja árabe. Destaca la torre que se eleva a 45 metros de altura, con planta pentagonal irregular. En su interior el altar está ocupado por un magnífico retablo de alabastro, inspirado en los retablos de las catedrales de Aragón. En el óculo central aparece la talla de la Virgen de Torreciudad.
De un costado de la explanada parte el acceso peatonal que conduce al origen del emplazamiento, situado en una cresta rocosa que se eleva sobre el embalse del Grado. Se trata de una torre de planta circular levantada para el control del paso por el Cinca. Su primera mención se remonta al año 1066, poco después de la ocupación del enclave por los cristianos. Este lugar fue el germen de la población de Civitatis, que significa Ciudad, despoblada a finales del siglo XIX. El topónimo actual de Torreciudad proviene precisamente de esta antigua denominación. Junto a ella está la antigua ermita de Santa María, perteneciente a la población, donde estuvo la talla de la imagen de Nuestra Señora, la cual tiene la advocación de Torreciudad.