Esta localidad zaragozana se emplaza en la comarca de Daroca, siendo limítrofe con la provincia de Teruel. Se sitúa en la cabecera de la rambla homónima, la cual vierte sus aguas en el río Jiloca a la altura de Báguena. Su mayor atractivo es el Aguallueve, un nacedero donde cae el agua a través de la roca toba rodeado de musgos y líquenes. Y la joya artística está en la iglesia parroquial, un retablo gótico de referencia en Aragón.
La autovía mudéjar facilita el acceso a esta localidad gracias a su emplazamiento, a tan sólo seis kilómetros del eje que vertebra Aragón de norte a sur. Se emplaza a 83 kilómetros de Zaragoza y 100 kilómetros de Teruel. Una vez atravesadas las parameras de Campo Romanos, el paisaje se quiebra y tras una curva cerrada se desciende a la cabecera de la rambla de Anento. Cobijado bajo los escarpes rojizos se haya el casco urbano, junto a la huerta que riega el agua del riachuelo. El primer punto de visita es la oficina de turismo, que se levanta en una plazoleta peatonal junto a la travesía.
La propuesta para la mañana invita al senderismo, que llevará a conocer uno de los encantos naturales de la localidad. Desde el parque se inicia el paseo con un recorrido circular por el pequeño valle que termina en el paraje conocido como Aguallueve. En el punto de inicio se unen los dos itinerarios que recorren ambas márgenes del cauce. Tomando el que desciende a la vega, y tras cruzar el pequeño arroyo de aguas cristalinas, se toma una senda perfectamente acondicionada. En primer lugar se pasa junto a un peirón mudéjar de bella factura, dedicado a la Virgen del Pilar. La amplia senda se introduce en el valle dejando atrás las huertas mientras que la frondosa vegetación se apropia del espacio delimitado por roquedales. Tras una media hora de cómodo paseo se alcanza una vieja balsa acondicionada como un pequeño estanque, desde donde se canaliza el riego de huertas y campos.
.En este punto los riscos cierran el valle de manera casi vertical. Este paraje es denominado Aguallueve por la abundancia de agua que mana de las paredes. Varios manantiales atraviesan la roca caliza creando un espectacular relieve kárstico. El agua cargada de sales cálcicas al contacto con la atmósfera precipita dando lugar a carbonato cálcico y formando la roca toba, característica de estas formaciones. En la zona más espectacular se crean oquedades en las que incluso se puede entrar, salvando la lluvia constante que mana de las paredes cubiertas de musgos y líquenes.
Después de la visita a este lugar sorprendente, se toma un sendero que asciende de manera cómoda hasta la parte alta de los riscos. Una vez coronados la senda continúa bordeando el barranco en sentido contrario al realizado. El objetivo es alcanzar las ruinas de un torreón celtibérico que data del año 200 a.C. Es también conocido como torreón de San Cristóbal, y de él sólo se conservan los sillares de la parte baja. Sin embargo las vistas de la localidad y del valle justifican este pequeño desvío de un cuarto de hora de recorrido. Ahora sólo resta volver por el mismo itinerario hasta el Aguallueve y tomar el sendero que conduce de vuelta a Anento. La solana de la rambla tiene una vegetación menos frondosa, lo cual permite ampliar las vistas y así disfrutar de los riscos junto a los cuales discurre la senda, en claro contraste con el verdor del fondo del valle y de la margen opuesta.
Antes de alcanzar la población se pasa junto a una fuente que se acompaña de unas mesas que invitan al descanso. Poco después parte una escalinata que conduce al castillo el cual corona la población. El ascenso se realiza de manera cómoda y rápida atravesando un pinar que se acompaña de formaciones rocosas singulares. Ya se sabe de su existencia en el año 1357, momento en que resistió el asedio de los castellanos que llegaron a incendiar la aldea para conseguir el puesto defensivo. Actualmente queda la parte oriental formada por una muralla de treinta metros de longitud coronada con almenas. En el muro se levantan dos torres rectangulares en cuyo interior hay estancias con bóvedas de cañón apuntado. Entre los torreones se abre la puerta de arco semicircular, elevada sobre el foso que antecede al castillo. La fortaleza está situada al borde del monte sustentado por tierras arcillosas, donde se emplaza un mirador con buenas vistas de la vega y del pueblo. El descenso se lleva a cabo por un itinerario diferente, que desciende desde el foso de manera directa al casco urbano. En su trazado el paisaje y la vegetación adorna un recorrido formado por escaleras de piedra de gran belleza. Ya en la población a través del callejón del Pozo se alcanza de manera directa la travesía.
Para la tarde se propone la visita al casco urbano. Tras el empeño de sus habitantes, en los últimos años el pueblo luce con esplendor su estructura medieval, con calles estrechas que ascienden por la ladera donde se alojan las viviendas que han sido rehabilitadas. En la parte central se alza la iglesia de San Blas. Fue construida durante el siglo XIII, en la época final del románico. En el siglo XV se le añadió la torre de planta cuadrada que se culmina con pequeñas almenas. En su interior el espacio se compone de única nave cubierta con bóveda de cañón apuntado sobre arcos fajones. Cuenta con restos de pinturas murales de estilo franco-gótico de finales del siglo XIII en el ábside. En la cabecera se encuentra la joya artística, su retablo gótico, uno de los más representativos de este estilo de Aragón. Se atribuye a Blasco de Grañén y está fechado entre 1422 y 1459. Está formado por 37 tablas, mostrando las principales a San Blas, la Virgen de la Misericordia y Santo Tomás Becket. Alrededor de ellas otras de menor tamaño muestran escenas narrativas de los mismos. En la parte baja, el sotabanco, se representan imágenes de la Pasión de Cristo.
Una vez fuera se bordea la iglesia por su parte inferior para poder visitar el atrio correspondiente a la ampliación gótica del templo, cubriendo la portada románica. Se abre al exterior mediante grandes vanos apuntados decorados. Junto a los huertos discurre la calle que conduce al Aguallueve. Un poco más adelante parte la calle Empedrada. Como el resto de la población todas están pavimentadas con piedra, otorgando al pueblo un aspecto rústico. Y las casas completan con sus fachadas pintadas y las flores una belleza que se acentúa en numerosos rincones del pueblo. En la parte central y más elevada se emplaza el mirador de Santa Bárbara. Este espacio compuesto por una plaza que constituye uno de los rincones más bonitos, desde donde se pueden apreciar buenas vistas, rodeado por casas engalanadas con flores por doquier. Entre dos de ellas parte una calle estrecha que conduce a la pequeña ermita de Santa Bárbara, una capilla situada en uno de los rincones más pintorescos de la localidad.