El Moncayo, denominado por los romanos Mons Caius, constituye frontera natural entre Castilla y Aragón. Su cota más elevada, a 2.316 metros, está en el cerro de San Miguel, cumbre a su vez del Sistema Ibérico. Sus sierras y laderas esconden historias que recogió Gustavo Adolfo Bécquer. Pero también un entorno natural de gran belleza protegido por un parque natural. Y pequeños pueblos con singularidades sorprendentes.
Para acercarse al Somontano del Moncayo es necesario tomar la carretera nacional que conduce a Soria desde la ribera del Ebro. En las proximidades de Gallur parte la ruta que atravesando las poblaciones de Magallón y Borja alcanza Tarazona, la capital comarcal.
Para la mañana del sábado se propone una excursión que sintetiza a través de su recorrido la riqueza natural del parque natural que protege la vertiente aragonesa del Moncayo. La singularidad de este trayecto permite que en poca distancia se pueda atravesar los diferentes tipos de vegetación que albergan el Somontano del Moncayo. La caminata tiene una dificultad media, pero es asequible a buena parte de las personas que quieran disfrutar de este paraje natural de gran valor ecológico.
TIEMPO | DESNIVEL | DIFICULTAD |
1h 30 min (ida) | 575 m | media |
Desde Tarazona es necesario tomar dirección al lugar conocido como Agramonte, donde está el centro de interpretación, además de un restaurante y un área de merenderos. A poco menos de dos kilómetros en dirección al monasterio de Veruela, parte una pista señalizada y de acceso restringido al campamento juvenil de la DGA. Tras aparcar el vehículo en un costado de la carretera se toma andando el camino que conduce a las instalaciones. Al final de ellas, donde termina la pista, nace un sendero bien marcado. El tramo entre el campamento y el santuario viene a costar hora y media. Durante el trayecto se atraviesan diferentes pisos de vegetación entre los 1.100 y los 1.600 metros de altitud. En la parte baja se discurre por un pinar entremezclado con arbustos. Entonces se alcanza un alberge situado junto a la carretera que asciende al Santuario del Moncayo, la cual se cruzará en varias ocasiones. En el siguiente tramo domina el hayedo, ofreciendo uno de los rincones más espectaculares del recorrido, sobre todo durante el otoño. Un nuevo cruce en la carretera tiene lugar junto a la fuente del Sacristán, un buen lugar para hacer un alto en el camino.
A escasos metros pasa uno de los pequeños arroyos que discurren por las laderas del Moncayo. La vegetación va cambiando poco a poco y de nuevo el pinar sustituye al hayedo. Se pasa junto al pozo de hielo del Prado de Santa Lucía y más adelante las ruinas de la ermita de Santa Lucía. Un último cruce carretero introduce en el tramo más empinado, ya muy cerca del santuario. En él se alterna la vegetación con zonas cubiertas por rocas de gran tamaño.
El recorrido termina en una plaza alargada que preside el edificio principal el cual ofrece servicio de bar, restaurante y alojamiento en albergue. Frente a él, un excepcional mirador ofrece unas vistas magníficas del Somontano del Moncayo. En uno de los extremos, junto a una fuente, parte la senda que asciende a la cumbre del Moncayo.
Después del inevitable descanso para la tarde se propone la visita de una pequeña localidad que esconde uno de los rincones más sorprendentes de toda la comarca. A poco más de tres kilómetros de Tarazona se encuentra Grisel. El acceso parte en el arranque de la carretera en dirección a Borja. Un paseo por sus estrechas y quebradas calles recuerda el origen musulmán de la localidad. En el centro de la localidad se encuentra su castillo, elevado sobre las viviendas. Se construyó en piedra de sillar, con planta irregular y carece de torres sobresalientes. El acceso se realiza mediante una puerta apuntada. Muy cerca se encuentra la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, ante una plaza. Se trata de una obra mudéjar del siglo XVI levantada en ladrillo. En la parte trasera se alza un ejemplo de casilla de pico, casetas levantadas en el campo para uso agrícola construidas sin argamasa con materiales sobrantes de los campos. Cuentan con planta circular y una altura de unos tres metros. Se cubren mediante cúpula por aproximación de hiladas, como prolongación de los muros, con forma de punta.
Una de las singularidades naturales con que cuenta la localidad es el Pozo de los Aines. Al comienzo del pueblo se toma una calle a la derecha. Asciende hasta un peirón de grandes dimensiones y más adelante atraviesa una pequeña acequia. Poco más adelante surge un aparcamiento acondicionado. Desde este punto, en apenas cinco minutos, se llega a un campo de olivos. En medio del mismo aparece el gran agujero. En un costado un corto túnel dotado con escalones de piedra permiten bajar hasta un mirador subterráneo, desde el cual se puede contemplar en toda su magnitud la sima. La leyenda más conocida sobre su formación relata un suceso que aconteció en 1535. Entonces Grisel estaba habitado por moriscos, convertidos al cristianismo tras la reconquista. Un poderoso hacendado, Hammet-Ben-Larbi, renunciando a la fe cristiana trabajaba los días festivos. Así lo hizo el día de Santiago. Al poco de comenzar la faena en una era cercana al pueblo se escuchó un ruido ensordecedor acompañado de una gran nube de polvo. La tierra donde se encontraba se había desplomado formando una gran sima. Los vecinos que allí se congregaron gritaban aterrados que había sido castigo del Señor. El suceso tiene su explicación científica. Esta zona cuenta con abundantes riachuelos y manantiales llamados “aines”. Éstos originan oquedades bajo tierra que hacen que se desplome la superficie cuando son lo suficientemente grandes, dando lugar a estos hundimientos naturales. La sima tiene una profundidad de veintidós metros. La humedad hace que su interior cuente con abundante vegetación, con plantas que cubren las paredes, en contraste con el paisaje que rodea la formación.
El domingo se propone subir en primer lugar al Mirador de la Ciesma. Es recomendable la visita por la mañana ya que es el mejor momento para ver el Moncayo iluminado por los rayos solares. Se puede acceder desde Grisel, y también desde la carretera que une el acceso a Agramonte y Trasmoz. El monte carece prácticamente de vegetación. Generadores de energía eléctrica aprovechan la fuerza del viento en este lugar tan apropiado. En la parte más alta un par de mesas de interpretación en cada dirección ilustran las panorámicas. Desde este punto se disfruta de una de las mejoras vistas del Moncayo y de su somontano, ya que está situado a escasa distancia. En dirección contraria se contempla una amplia panorámica del valle del río.
A continuación se toma dirección la población de Los Fayos, situada a unos diez kilómetros. Este pueblo de estampa pintoresca está situado bajo los escarpes de conglomerado. Pero también junto al cauce del río Queiles, desnaturalizado ya que aparece encajado entre muros de hormigón a su paso por el casco urbano. Metros arriba de la localidad se juntan los dos arroyos que forman el río Queiles, y en el barranco del Val un gran muro de hormigón da lugar al embalse del Val.
Desde la travesía parte una calle que asciende hasta la plaza mayor de la localidad. En un lateral se levanta la casa consistorial y palacio de Villahermosa, con tres plantas y galería de arcos. En la plaza está la iglesia de la Magdalena. Se construyó en el siglo XVI. La torre de planta cuadrada tiene decoración de ladrillo y un arco en cada lado. Tras la iglesia asciende una calle que se encamina a un frondoso barranco, por el cual se puede ascender a la parte alta de los farallones rocosos. Gracias a su acondicionamiento mediante escaleras de madera, es posible alcanzar la torre vigía del antiguo castillo. De ella sólo resta su parte baja. Desde este punto se disfrutan amplias panorámicas, con el valle formado por el río Queiles a los pies.
Volviendo por el mismo itinerario, poco antes de alcanzar la iglesia, en un callejón se encuentra el acceso a la Cueva del Caco. Para su visita es necesario solicitar las llaves en el bar de la localidad. Gracias a la instalación de unas pasarelas metálicas es posible ascender con facilidad a la cueva más conocida del lugar. Desde la oquedad más grande se puede acceder a una pequeña galería abierta, más elevada y con buenas vistas de la localidad y de la cueva. Cuenta la leyenda que el gigante Caco escondía aquí el ganado que iba robando. La encontró el gigante Hércules por los mugidos de un novillo. Entre ellos tuvo lugar una fuerte pelea, mientras surgían ríos y montañas, entre ellas el Moncayo.
Siguiendo el curso de una pequeña acequia que discurre por el casco urbano se pasa junto a otra de las oquedades del pueblo. Una gran pared de adobe cierra el habitáculo, a cuyo interior también se puede entrar. Un poco más adelante se puede visitar la ermita de San Benito. Una verja sobre la acequia cierra su acceso. Las llaves que poseen vecinos de la localidad permiten el acceso a la ermita, por un corto tramo empedrado y ascendente rodeado de vegetación. Se llega a una plazoleta donde se levanta la fachada en ladrillo y un arco de medio punto, que cierra la abertura en la roca. En su reducido interior luce la roca viva en la cabecera y parte de sus muros. El coro se encuentra en alto, en un lateral de la capilla y aprovechando una oquedad. Su historia se remonta a un monasterio fechado entre los siglos VI y XI. Habitado por eremitas, tras la construcción del monasterio de Veruela se convierte en ermita.